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El pasado jueves 14 de junio , Magaly Marrodán y José Antonio Arrieta, miembros de la Corte de Mediación de la Cámara de Comercio de Navarra, escribieron conjuntamente un artículo sobre los efectos de la mediación para el Diario de Navarra. Los autores ponen en valor la eficacia de la mediación como solución a las controversias diarias, que incluso sin acuerdo puede llevar a que al fin lo haya.

El artículo señalaba lo siguiente:

El próximo 6 de julio se cumplirán seis años desde la aprobación de la Ley 5/2012, de mediación en asuntos civiles y mercantiles. La aplicación práctica de esta Ley para los que se ven envueltos en conflictos y los profesionales que los conducen, todavía es escasa. En cierto modo es entendible esta situación. La Ley en vigor supone afrontar un auténtico cambio cultural en la forma como hemos resuelto nuestros conflictos hasta ahora.

Asumimos con normalidad que debemos ganar nuestras disputas, porque siempre pensamos que tenemos razón. Y la verdad es que ganar, a veces, no resuelve la disputa, sino que la acrecienta. Un conflicto no se soluciona porque hayas obtenido una sentencia favorable; el perdedor no suele asumir de buen grado la sentencia que le han dictado por lo que, consciente o inconscientemente , buscará escenarios para ver compensado el agravio sufrido. Y lo peor de todo, las relaciones personales y colectivas se deteriorarán más.

La mejor vía de solución es enfrentarse al conflicto, gestionarlo y superarlo personalmente. El conflicto forma parte de nuestras vidas; es origen del cambio y de la mejora. Es una oportunidad de futuro, no debemos huir de él.

Cuando estamos envueltos en una disputa, generalmente, hay una pérdida de comunicación y consiguientemente una pérdida de confianza entre las partes enfrentadas. No escuchamos y quedamos atrapados en nuestras medias verdades que, muchas veces, crean una realidad que no existe enteramente. Fiar la solución de nuestras controversias a una decisión de terceros significa perder la soberanía de su gestión. Mejor sería no hacerlo, entender a la otra parte y buscar una solución satisfactoria para todos, no solamente para uno mismo. Si no lo logramos, siempre quedará la vía de acudir a los Tribunales, pero habremos cumplido lealmente con nuestra obligación de haberlo intentado por vías más provechosas y serenas.

Fijémonos en el artículo 1 de La ley 5/2012. Define el procedi­miento de mediación como “aquel medio de solución de con­troversias, cualquiera que sea su denominación, en que dos o más partes intentan voluntariamente alcanzar por sí mismas un acuer­do con la intervención de un me­diador”.

Las partes en conflicto inten­tan voluntariamente alcanzar un acuerdo con la intervención de un tercero. ¿Qué significa esto? Muchas cosas. La primera, reco­nocer que existe un conflicto, una disputa; la segunda, ser protagonista de la gestión del mismo; la tercera, intervenir en la generación de un espacio de comunica­ción, es decir, donde no se habla­ba antes, ni se escuchaba, ahora va a haber un cambio de actitud, se va a escuchar, se va a tratar de entender las razones del otro; la cuarta, recuperar la confianza para intentar alcanzar un acuerdo que, seguro, será para siempre. Y todo ello con la ayuda de un tercero, “el mediador”, que trata­rá que cada una de las “partes in­tervenga con plena igualdad de oportunidades, manteniendo el equilibrio entre sus posiciones y el respeto hacia los puntos de vista por ellas expresados”, como re­za la Ley.

El proceso de mediación ga­rantiza la confidencialidad más absoluta. Nadie, incluido el me­diador, podrá revelar ningún da­to que se haya tratado dentro del mismo. Los principios de lealtad, buena fe y respeto mutuo serán tutelados permanentemente por el mediador. La confianza apare­cerá a medida que avance el pro­ceso. Es fundamental que ningu­na de las partes esté, real o imagi­nativamente, en una posición de desequilibrio, por lo que la im­parcialidad del mediador será un elemento esencial, con responsa­bilidades personales en caso de incumplimiento.

El proceso de mediación nos ayudará a descubrir la verdad, la verdad compartida, la que es de uno y es del otro; nos ayudará a escapar de las suposiciones, de lo negativo, de lo que nos aleja; nos acercará a lo esencial, a buscar los puntos de encuentro, a resal­tar lo que une y a encontrar un ca­mino común. Nos ayudará a pre­guntar, a desatar la confianza ac­tiva y responsable, a no realizar críticas destructivas y a aportar alternativas y soluciones. Y lo más importante, la puerta de la comunicación se habrá abierto y el que era nuestro enemigo lo ve­remos cómo alguien que tiene un problema del que uno es parte. Nadie mejor que los enfrentados para hablar de aquello que los se­para.

La mediación puede concluir con o sin acuerdos, pero aún sin acuerdo, si se ha realizado de buena fe y con lealtad, la solución de nuestras controversias puede producirse en cualquier momen­to, incluso después de finalizado el proceso. No conocemos ningu­na mediación que haya contribuido a empeorar la situación, to­do lo contrario, la mediación tie­ne efectos balsámicos en el tratamiento de nuestras dispu­tas.

¡Apuesten por la mediación, no hay pérdida posible!

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